La insuficiencia venosa crónica (IVC) es una condición frecuente que afecta a millones de personas en todo el mundo, con consecuencias que van más allá de lo estético.
Esta afección incluye un espectro de manifestaciones clínicas, desde venas araña y várices asintomáticas hasta úlceras en las piernas, lo que puede impactar significativamente la calidad de vida de los pacientes.
Más allá de los problemas estéticos, la IVC está relacionada con un mayor riesgo de eventos tromboembólicos venosos y limitaciones en las actividades diarias y en la calidad de vida.
Eri Fukaya y cols. realizaron una revisión de los aspectos esenciales del manejo no quirúrgico de la IVC.
A continuación compartimos los puntos clave:
- Los factores de riesgo incluyen edad avanzada, sexo femenino, obesidad, embarazo, trombosis venosa profunda previa y periodos prolongados de pie. También existen marcadores genéticos que aumentan el riesgo de várices.
- La contracción de los músculos del pie y la pantorrilla inicia el flujo sanguíneo ascendente, abriendo válvulas unidireccionales en las venas de las extremidades inferiores. Estas válvulas evitan el flujo retrógrado al cerrarse, facilitando el retorno sanguíneo hacia el corazón. La disfunción de las válvulas venosas provoca reflujo, retroceso del flujo sanguíneo e hipertensión venosa.
- La IVC se origina principalmente por hipertensión venosa, que puede deberse a causas estructurales (reflujo u obstrucción venosa) o funcionales (edema dependiente, debilidad muscular en la pantorrilla u obesidad).
- El diagnóstico se basa en la historia clínica y el examen físico. Las pruebas de imagen no son esenciales, pero pueden ser útiles para detectar causas estructurales. El examen físico debe realizarse en posición erguida para observar el efecto de la gravedad y el peso corporal.
- Hallazgos comunes incluyen hiperpigmentación (depósitos de hemosiderina), tejido cicatrizado (atrofia blanca), venas dilatadas en tobillos y pies (corona flebectásica), cambios en la textura de la piel (lipodermatoesclerosis), eritema y úlceras. El edema, especialmente en el dorso del pie y los dedos (signo de Stemmer), puede indicar disfunción linfática.
- Diversos medicamentos pueden causar hinchazón en las piernas, como antiepilépticos (ej., gabapentina), antidepresivos (ej., escitalopram, paroxetina), antipsicóticos, terapias hormonales, glucocorticoides, AINEs, inhibidores de la bomba de protones, entre otros.
- La clasificación clínica, etiológica, anatómica y fisiopatológica (CEAP) es útil para clasificar la enfermedad, mientras que el Venous Clinical Severity Score (VCSS) ayuda a evaluar y documentar la severidad.
- El tratamiento de la IVC se centra en reducir los síntomas del paciente, que no siempre se correlacionan con los hallazgos físicos o las pruebas de imagen.
- Aunque los procedimientos endovenosos y quirúrgicos son efectivos para causas estructurales, el tratamiento no quirúrgico es la base del manejo para IVC estructural y funcional.
- Las opciones no quirúrgicas incluyen la reducción de la hipertensión venosa central, terapia de compresión, elevación de las piernas y ejercicios de flexión/extensión del pie y la pantorrilla que actúan como una bomba funcional.
- La obesidad es un factor de riesgo independiente para la progresión de la IVC. Además, la apnea obstructiva del sueño, la disfunción diastólica y la insuficiencia cardíaca derecha aumentan la presión venosa central, agravando la hipertensión venosa periférica.
- Los diuréticos no deben ser la terapia de primera línea para el edema y solo se recomiendan en casos de sobrecarga de volumen.
- La terapia de compresión graduada mejora considerablemente los síntomas, aunque hay poca evidencia de que sea curativa o que frene la progresión de la enfermedad. Se recomienda una compresión superior a 30 mmHg para la cicatrización de úlceras, mientras que niveles más bajos (20-30 mmHg) pueden usarse en casos de baja adherencia del paciente.
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