El envejecimiento es un proceso universal e inevitable, caracterizado por una acumulación progresiva de alteraciones fisiológicas y deterioro funcional a lo largo del tiempo, lo que conlleva una mayor vulnerabilidad a enfermedades y, en última instancia, a la dependencia con el avance de los años. La población mundial está envejeciendo rápidamente, y las proyecciones indican que el número de adultos mayores de 65 años se duplicará hasta alcanzar los 1500 millones para 2050. Al mismo tiempo, se espera que la población de 80 años se triplique entre 2019 y 2050, alcanzando los 426 millones, de los cuales el 80 % vivirá en países de ingresos bajos y medios. Este cambio demográfico impacta a múltiples sectores, como la atención sanitaria, la calidad de vida social, la planificación de la jubilación y el cuidado de personas. Y lo que es más grave, conlleva una mayor carga de enfermedades no transmisibles, discapacidades y dependencia.
La publicación del consenso mundial sobre el tema que identifica este artículo es fruto de la revisión minuciosa de los conocimientos publicados sobre este controvertido tema por un grupo multinacional y multidisciplinarios de expertos.
En general, este consenso proporciona una base para aplicar y ampliar la actual base de conocimientos del ejercicio como medicina para la población envejecida para optimizar la duración de la salud y la calidad de vida como se resume a continuación.
Los factores de estilo de vida, especialmente la actividad física (AF) y el ejercicio, modulan significativamente los fenotipos de envejecimiento. La AF y el ejercicio pueden prevenir o mejorar las enfermedades relacionadas con el estilo de vida, ampliar el lapso de salud, mejorar la función física y reducir la carga de las enfermedades crónicas no transmisibles, incluyendo enfermedades cardiometabólicas, cáncer, enfermedades musculoesqueléticas y neurológicas, y enfermedades respiratorias crónicas, así como mortalidad prematura y deterioro cognitivo.
La AF influye en los motores celulares y moleculares del envejecimiento biológico, ralentizando las tasas de envejecimiento. Así, la AF sirve tanto como medicina preventiva como agente terapéutico en estados patológicos. Los niveles subóptimos de AF se correlacionan con una mayor prevalencia de enfermedades en poblaciones envejecidas. Por lo tanto, la prescripción del ejercicio estructurado debe ser personalizado y monitoreado como cualquier otro tratamiento médico, considerando las relaciones dosis-respuestas y adaptaciones específicas necesarias para los resultados previstos. Las directrices actuales recomiendan un régimen de ejercicio multifacético que incluya entrenamiento aeróbico, de resistencia, equilibrio y flexibilidad mediante actividades estructuradas e incidentales (estilo de vida integrada).
Los programas de ejercicio a la medida han demostrado ser eficaces para ayudar a los adultos mayores a mantener sus capacidades funcionales, extender su vida útil y mejorar su calidad de vida. Especialmente importantes son los ejercicios anabólicos, como el entrenamiento de resistencia progresiva (ERP), que son indispensables para mantener o mejorar la capacidad funcional en adultos mayores, especialmente aquellos con fragilidad, sarcopenia u osteoporosis, o aquellos hospitalizados o en internados en residencias de ancianos. Las intervenciones de ejercicio multicomponentes que incluyen tareas cognitivas mejoran significativamente las características de la fragilidad (bajo masa corporal, fuerza, movilidad, nivel de AF y energía) y función cognitiva, evitando así caídas y optimizando la capacidad funcional durante el envejecimiento. Es importante destacar que la AF o el ejercicio muestran características de dosis-respuesta y varía entre individuos, lo que requiere modalidades personalizadas adaptadas a condiciones médicas específicas.
La precisión en la prescripción del ejercicio sigue siendo un área significativa de investigación adicional, dado el impacto mundial del envejecimiento y los amplios efectos de la AF.
La intersección entre la prescripción médica y la AF representa una vía prometedora para mejorar el bienestar de las personas mayores. Una estrategia integrada que combine el ejercicio con la farmacoterapia puede optimizar la vitalidad y la independencia funcional, al tiempo que reduce los efectos adversos relacionados con los medicamentos.
Este consenso constituye la justificación para la integración de la AF en las estrategias de promoción de la salud, prevención de enfermedades y manejo para adultos mayores. Las directrices se incluyen para modalidades específicas y dosis de ejercicio con eficacia probada en ensayos controlados aleatorizados. Se proporcionan descripciones de los cambios fisiológicos beneficiosos, la atenuación de los fenotipos envejecidos y el papel del ejercicio en la enfermedad crónica y el manejo de la discapacidad en adultos mayores. Se destaca el uso del ejercicio en la enfermedad cardiometabólica, el cáncer, las afecciones musculoesqueléticas, la fragilidad, la sarcopenia y la salud neuropsicológica. Se formulan recomendaciones para extender puentes entre el conocimiento y las brechas existentes en su aplicación e integrar plenamente a la AF en la corriente principal de la atención geriátrica. Se presta especial atención a la necesidad de medicina personalizada en lo que se refiere al ejercicio y la gerociencia, dada la variabilidad interindividual en la adaptación al ejercicio demostrado en cohortes de adultos mayores.
Adaptar la combinación adecuada de entrenamiento aeróbico, de fuerza, flexibilidad y equilibrio para adultos mayores es un desafío considerable que pocos sistemas de salud gestionan adecuadamente en la actualidad. Si bien nuestra comprensión de la ciencia del envejecimiento y la AF continúa avanzando, parecemos estar estancados en lo que respecta a traducir la ciencia para mejorar la salud y la calidad de vida de los adultos mayores en todos los espectros de edad, económicos y culturales. Es cierto que promover la AF entre los adultos mayores es más difícil debido a limitaciones obvias como las enfermedades subyacentes, mayores riesgos, el uso excesivo de medicamentos y la necesidad mucho mayor de adaptar las intervenciones que vayan más allá de la actividad aeróbica. Por muy beneficiosos que sean los programas de caminata para la gran mayoría de las personas, no satisfacen todas las necesidades de los adultos mayores.
En conclusión, el uso del ejercicio basado en la evidencia como medicina preventiva y terapéutica ofrece un enfoque eficaz para promover un envejecimiento saludable, prevenir enfermedades relacionadas con la edad y tratar afecciones como la fragilidad y la sarcopenia. Las implicaciones más amplias para la sociedad incluyen no solo la reducción de los costos de atención médica, sino también una mejor calidad de vida e independencia funcional para los adultos mayores. Es hora de convertir el ejercicio en un componente central de la atención geriátrica, integrándolo en los sistemas de salud para mejorar la esperanza de vida y el bienestar de las generaciones futuras. Este consenso aboga por programas de ejercicio personalizados y basados en la evidencia que se adapten a las necesidades y capacidades de los adultos mayores, con el objetivo final de mejorar la calidad de vida, independientemente de la edad, el estado físico inicial o la fragilidad. La fragilidad no es una contraindicacion para el ejercicio intenso, sino una de las razones más importantes para prescribirlo.