La presencia de aneurismas apicales del ventrículo izquierdo (AAVI) en pacientes con miocardiopatía hipertrófica (MCH) ha cobrado creciente relevancia debido a su potencial asociación con eventos adversos graves como muerte súbita cardíaca, tromboembolismo sistémico e insuficiencia cardíaca. Aunque las guías clínicas reconocen a los AAVI como un subtipo de riesgo dentro del espectro de la MCH, la prevalencia real, su impacto clínico y, especialmente, el rol del tamaño del aneurisma en el pronóstico aún no están bien definidos.
Los estudios individuales disponibles han mostrado resultados heterogéneos, muchas veces basados en cohortes pequeñas o diseños retrospectivos. Para superar estas limitaciones y aportar mayor claridad, Katie Linden y cols. llevaron a cabo un metaanálisis sistemático y cuantitativo con el objetivo de responder tres preguntas centrales: ¿cuál es la prevalencia de AAVI en pacientes con MCH? ¿Qué consecuencias clínicas conlleva su presencia? ¿El tamaño del aneurisma modifica el riesgo de eventos adversos?
Se incluyeron 10 estudios retrospectivos publicados entre 2008 y 2021, que evaluaban a pacientes adultos con diagnóstico confirmado de MCH no seleccionados. En conjunto, estos trabajos abarcaron más de 7000 pacientes provenientes de América del Norte, Europa y Asia. La definición de aneurisma apical fue homogénea: una zona de adelgazamiento focal de la pared miocárdica en el ápex del ventrículo izquierdo, con movimiento disquinético o acinético, identificada por resonancia magnética o ecocardiografía.
La prevalencia combinada de AAVI en esta población fue del 3 %. De estos aneurismas, el 57 % medían menos de 2 cm, mientras que el 43 % eran iguales o mayores a 2 cm. El análisis por subgrupos reveló importantes diferencias pronósticas en función del tamaño del aneurisma.
Respecto a la muerte súbita cardíaca (MSC), la prevalencia en pacientes con aneurismas ≥2 cm fue del 22 %, en contraste con un 4,71 % en aquellos con aneurismas <2 cm (OR 4.65, IC95%: 2.14-10.10).
En cuanto a eventos embólicos sistémicos, la prevalencia fue del 17 % en los aneurismas grandes frente al 9 % en los pequeños (OR 1.78, IC95%: 0,53–5,99) Si bien la diferencia no alcanzó significación estadística, se observa una tendencia clínica relevante que sugiere un riesgo embólico mayor en aneurismas de mayor tamaño, posiblemente subestimado por el limitado poder estadístico de los estudios incluidos.
La diferencia más llamativa se encontró en la prevalencia de trombosis intracavitaria. En los aneurismas ≥2 cm, la presencia de trombos fue del 30 %, mientras que en los <2 cm apenas alcanzó el 2 % (OR 10.92, IC95%: 3.75-31.84) .
En relación con la progresión de insuficiencia cardíaca o empeoramiento clínico, los datos fueron insuficientes para realizar un análisis cuantitativo riguroso. Algunos estudios reportaron deterioro funcional, hospitalizaciones o avance a clase funcional avanzada, pero la heterogeneidad en su definición y reporte impidió su análisis conjunto.
Los análisis de sensibilidad y de sesgo de publicación no mostraron evidencia de heterogeneidad significativa en las estimaciones principales ni sesgo claro, aunque los autores reconocen como limitación el diseño retrospectivo de los estudios incluidos y la posibilidad de subregistro de eventos.
La presencia de aneurismas apicales en pacientes con miocardiopatía hipertrófica, aunque poco frecuente (3 %), se asocia con un riesgo clínico considerable, particularmente cuando los aneurismas alcanzan o superan los 2 cm de diámetro.
Este análisis también pone de relieve la necesidad de estudios prospectivos y estandarizados que permitan definir con mayor claridad el papel del AAVI en la estratificación de riesgo y guíen recomendaciones futuras en las guías clínicas. Mientras tanto, el tamaño del aneurisma emerge como un marcador pronóstico clave que no debe ser ignorado en la práctica clínica.