La enfermedad arterial coronaria (EAC) continúa siendo una de las principales causas de mortalidad a nivel mundial. A pesar de los avances en prevención y tratamiento, el envejecimiento progresivo de la población y el aumento en la prevalencia de la enfermedad han contribuido a una mayor carga de mortalidad asociada. Esta tendencia creciente subraya la necesidad urgente de reforzar las estrategias de prevención secundaria, siendo la rehabilitación cardíaca basada en ejercicio uno de sus pilares fundamentales.
La actividad física es una de las intervenciones más recomendadas para prevenir eventos recurrentes en pacientes con EAC. Sin embargo, la evidencia sobre su impacto específico en el pronóstico de personas con enfermedad coronaria establecida sigue siendo limitada. Este grupo de pacientes suele presentar estilos de vida más sedentarios y niveles más bajos de actividad física que la población sin enfermedad cardiovascular, lo que lo convierte en una población prioritaria para investigar el efecto clínico del ejercicio.
Las guías clínicas actuales recomiendan al menos 150 minutos semanales de ejercicio aeróbico de intensidad moderada o 75 minutos de ejercicio aeróbico de alta intensidad. No obstante, muchas personas con EAC no logran alcanzar estos niveles, ya sea por limitaciones físicas, comorbilidades o barreras personales. En estos casos, se ha propuesto reemplazar el comportamiento sedentario por formas de actividad física de menor intensidad, aunque aún no se han definido con claridad cuáles son las modalidades y cantidades más efectivas.
Caminar representa una forma de actividad física sencilla, accesible y segura, que se ha asociado con menores tasas de enfermedad cardiovascular, accidente cerebrovascular y mortalidad en la población general. Sin embargo, todavía no está claro si caminar puede ser una alternativa eficaz a la actividad física de moderada a vigorosa en pacientes con EAC y si podría ofrecer beneficios clínicos comparables.
Con el objetivo de evaluar la relación entre distintos tipos de actividad física —incluyendo caminata, actividad de moderada a vigorosa (AFMV) y actividad física total— y el riesgo de mortalidad y eventos cardiovasculares en personas con EAC, Zejun Yang y cols. realizaron un análisis sobre datos de la cohorte prospectiva del UK Biobank.
Se incluyeron 19.074 participantes con diagnóstico de EAC y evaluación basal de actividad física mediante el Cuestionario Internacional de Actividad Física, expresada en minutos semanales de equivalentes metabólicos (MET-min/semana). Se analizó la asociación entre la actividad física y un desenlace cardiovascular compuesto (muerte cardíaca, hospitalización por insuficiencia cardíaca, infarto de miocardio no fatal, angioplastia coronaria, cirugía de revascularización coronaria), así como la mortalidad por cualquier causa.
Durante una mediana de seguimiento de 13,5 años, la incidencia del desenlace cardiovascular compuesto fue de 18,4 por cada 1000 personas-año, y la de mortalidad por cualquier causa, de 17,4 por cada 1000 personas-año.
Se observó que un mayor tiempo dedicado a la actividad física total, a caminar o a la AFMV se asociaba con una menor incidencia tanto de eventos cardiovasculares como de mortalidad, incluso tras aplicar ponderación por superposición y ajustar por factores de confusión.
De forma consistente, se evidenció una reducción significativa del riesgo de hospitalización por insuficiencia cardíaca y de muerte de causa cardíaca, aunque no se encontraron asociaciones relevantes con infarto de miocardio, intervenciones coronarias percutáneas o cirugía de bypass coronario.
Un hallazgo relevante del estudio fue la confirmación del papel de la caminata en la mejora del pronóstico cardiovascular. A través del análisis de curvas ROC y el índice de Youden, se identificó que el umbral óptimo de duración de caminata se sitúa en 100 minutos por semana. En la muestra analizada, el 42,7 % de los pacientes no alcanzaba las recomendaciones de las guías AHA/ESC/OMS para AFMV, pero el 72,6 % sí cumplía con el umbral óptimo de caminata.
Entre quienes no cumplían con las recomendaciones de AFMV, alcanzar al menos 100 minutos semanales de caminata también se asoció con beneficios significativos: reducción del riesgo de eventos cardiovasculares compuestos (HR = 0,91; IC95% [0,83–0,99]) y de mortalidad por cualquier causa (HR = 0,82; IC95% [0,76–0,90]). Este efecto también se observó en la hospitalización por insuficiencia cardíaca (HR = 0,82; IC95% [0,70–0,97]) y en la muerte cardíaca (HR = 0,82; IC95% [0,69–0,97]).
En pacientes con bajos niveles de actividad física total (< 2400 MET-min/semana), reemplazar 30 minutos diarios de comportamiento sedentario por caminata o AFMV se asoció con una disminución significativa del riesgo de mortalidad por cualquier causa (HR = 0,91; IC95% [0,86–0,97] y HR = 0,89; IC95% [0,83–0,95], respectivamente). Sin embargo, en pacientes con actividad física total ≥ 2400 MET-min/semana, esta sustitución no aportó beneficios adicionales.
¿Qué nos deja este estudio?
En esta gran cohorte, una mayor duración del ejercicio —ya sea actividad total, AFMV o caminata— se asoció con un menor riesgo cardiovascular y de mortalidad en pacientes con enfermedad coronaria.
Para aquellos que no pueden realizar actividad física de moderada a vigorosa, caminar representa una alternativa accesible y eficaz, con beneficios clínicos tangibles incluso en dosis moderadas como 100 minutos por semana.