En el marco del Día Internacional de la Sarcopenia, que se celebra cada 4 de julio con el objetivo de concienciar sobre la pérdida de masa y función muscular en las personas mayores, resulta imprescindible reflexionar sobre esta condición, sus causas, consecuencias y estrategias de detección. Este día busca visibilizar la sarcopenia como un problema de salud pública que impacta en la calidad de vida, la autonomía y la funcionalidad de millones de personas en todo el mundo.
La sarcopenia, definida como la combinacion de baja masa y función muscular, se puede concebir como una condición relacionada con la edad, que comienza alrededor de la cuarta década de la vida, con una pérdida acelerada conforme avanzan los años especialmente en la vejez. Esta perdida de masa muscular asociada a la edad ocurre a un ritmo de entre el 1% y el 2% anual a partir de los 50 años, alcanza el 3% después de los 60 años y se incrementa aun mas después de los 70 años. Se asocia a un mayor riesgo de caídas, con o sin fracturas, hipoglucemia, hospitalizaciones y mortalidad.
Su origen es multifactorial, con causas diversas como trastornos neuroendocrinos, inactividad, ingesta inadecuada de nutrientes (especialmente déficit proteico), estados inflamatorios y resistencia a la insulina, todos ellos factores que favorecen la pérdida de tejido muscular, entre otros. Las consecuencias de la sarcopenia están relacionadas con la función del músculo como órgano locomotor y endocrino, afectando directamente los resultados funcionales y contribuyendo a la discapacidad.
Por el contrario, la baja masa muscular puede ocurrir a cualquier edad, y en el contexto de afecciones crónicas o agudas. Se asocia con el estrés metabólico y se relaciona con el músculo como órgano metabólico y su disfunción (por ejemplo, respuesta inmune, tejidos/estructura de órganos y funcionamiento) y sus consecuencias están relacionadas a los desenlaces clínicos, tales como hospitalización, duración de la permanencia hospitalaria, complicaciones, plurimorbilidad y mortalidad.
Factores de riesgo para el desarrollo de sarcopenia:
- Edad avanzada.
- Poca actividad física.
- Limitaciones al movimiento.
- Índice de masa corporal bajo.
- Baja ingesta proteica.
- Diabetes mellitus.
- Enfermedad cardiovascular.
- Osteoporosis.
- Bajo nivel educativo.
- Bajos ingresos (hombres).
No existe ninguna función orgánica que disminuya de forma tan dramática y evidente a lo largo de la vida como la función muscular. De hecho, no hay ningún otro dato de deterioro orgánico relacionado con la edad que sea más notorio ni que afecte funciones tan dispares de la vida diaria como la deambulación, la movilidad, el estado nutricional global, el equilibrio e incluso la respiración. Sus cambios se relacionan directamente con el gasto energético basal y con el deterioro de otras funciones fisiológicas, siendo una de las principales causas que contribuyen a la discapacidad.
La disminución de la masa muscular y la fuerza con la edad está bien documentada y asociada con debilidad, disminución de la flexibilidad, vulnerabilidad a enfermedades y/o lesiones, y alteración de la capacidad funcional.
El término sarcopenia, utilizado para referirse a la pérdida de masa muscular, fuerza y deterioro del rendimiento físico con la edad adulta avanzada, recientemente se ha convertido en una entidad clínica importante en una sociedad superenvejecida.
La sarcopenia a menudo pasa desapercibida, y las herramientas de cribado actuales podrían no ser lo suficientemente precisas para identificarla. Por lo tanto, un enfoque de búsqueda de casos puede ser una práctica más útil. Esto implica sospechar sarcopenia cuando un paciente refiere síntomas relevantes como caídas, debilidad, lentitud, atrofia muscular autodeclarada o dificultad para realizar las actividades cotidianas. Esta técnica puede ser particularmente útil en entornos con altas tasas de sarcopenia, como hospitales, centros de rehabilitación o residencias de ancianos.
La búsqueda de casos puede complementarse mediante el cuestionario SARC-F, un cuestionario autoadministrado que contiene cinco preguntas sobre fuerza, ayuda para caminar, levantarse de una silla, subir escaleras y caídas. Este examen tiene alta especificidad pero baja sensibilidad, pero puede ayudar a identificar la sarcopenia en la práctica clínica. Otra estrategia útil es la prueba de sentarse y pararse y donde se cronometra el tiempo que te toma levantarse de una silla estándar cinco veces con los brazos cruzados. Más de 15 segundos predice baja funcionalidad y se correlaciona con el riesgo de caídas.
Para entender la trascendencia de las manifestaciones clínicas de la sarcopenia, es esencial conocer los numerosos efectos beneficiosos de la actividad del músculo esquelético sobre la salud en general y la cardiometabólica en particular, ejercida a través de numerosos compuestos bioactivos (citoquinas y exercinas) con efectos endocrinos, paracrinos y autocrinos sobre numerosos órganos y sistemas a través de vías moleculares o de señalización con una participación protagónica en la regulación del metabolismo energético, la inflamación y la sensibilidad a la insulina.
Está firmemente establecido que la inactividad prolongada y/o el sedentarismo causan una pérdida de función y eficiencia dentro del sistema músculo esquelético con deterioro de la masa muscular y eficiencia neuromuscular que afecta la fuerza y la potencia y, posteriormente, la capacidad para completar tareas funcionales y está estrechamente relacionada con una menor capacidad, fragilidad e independencia lo que contribuye a inflar los gastos en atención de la salud.
La OMS hace un seguimiento periódico de las tendencias relativas a la inactividad física. Según un estudio reciente, casi 1800 millones de adultos (el 31%) no practican actividad física, o más concretamente, no cumplen las recomendaciones mundiales de realizar una actividad física moderada durante al menos 150 minutos a la semana. El nivel de inactividad se ha incrementado cinco puntos porcentuales desde 2010 y, de mantenerse esta tendencia, la proporción de adultos que no alcanzarán los niveles recomendados de actividad física será del 35% en el año 2030.
La relación entre la sarcopenia y las enfermedades cardiovasculares en los ancianos sigue siendo una área compleja y poco explorada, dejando brechas significativas en la evidencia. Si bien la asociación de sarcopenia con la insuficiencia cardíaca (IC), la estenosis aórtica y la enfermedad cardiovascular aterosclerótica (ECVA) es cada vez más reconocida, los mecanismos subyacentes que vinculan estas condiciones no están completamente aclarados. Por ejemplo, la interacción entre la sarcopenia y la inflamación crónica de bajo grado característica de la IC y la ECVA, conocida como “inflamaging”, justifica una investigación adicional. Las contribuciones específicas de citoquinas inflamatorias, alteraciones hormonales y desregulación metabólica al desgaste muscular en estos entornos necesitan datos más robustos.
Mientras que la sarcopenia exacerba los síntomas de la IC y contribuye a los malos resultados, factores relacionados con la IC como la inactividad física, el estrés oxidativo y la desnutrición también promueven la sarcopenia. Entender la secuencia temporal y el impacto acumulativo de estos factores es fundamental para las intervenciones dirigidas (correlación vs. causalidad).
La integración de estrategias personalizadas que combinan ejercicio, optimización nutricional e intervenciones antienvejecimiento novedosas representa un avance fundamental. Abordar las brechas existentes a través de una investigación robusta y multicéntrica y protocolos estandarizados será esencial para mitigar el impacto de la sarcopenia y mejorar los resultados de salud en las poblaciones envejecidas con problemas cardiovasculares. A través de estos esfuerzos, el campo de la cardiogeriatría puede avanzar hacia un enfoque más eficaz e integral para manejar la sarcopenia y sus riesgos asociados.
Reflexiones
La sarcopenia está avanzando de forma vertiginosa en una sociedad donde se cultivan los procesos fundamentales que la impulsan: inactividad física y alimentación poco saludable.
El entusiasmo para la promoción del ejercicio como estrategia de prevención se ve a menudo atemperado por el hecho de no haber estudios publicados controlados y aleatorios que hayan demostrado que el ejercicio pueda retardar la progresión de la pérdida de la función y masa muscular; sin embargo, la ausencia de un juicio tan definitivo no es razón suficiente para ignorar las pruebas acumuladas hasta la fecha.