La falla cardíaca es un contribuyente importante a la carga global de las enfermedades cardiovasculares, afectando a más de 55 millones de personas. La prevalencia se ha más que duplicado en las últimas tres décadas, y es la principal causa de ingreso hospitalario en todo el mundo. Sin embargo, esta condición ha sido vista típicamente como la etapa final de otras afecciones cardiovasculares, lo que significa que ha sido relegada en la agenda de la salud cardiovascular. Una nueva serie de tres artículos publicada en The Lancet llama a replantear la insuficiencia cardíaca como una enfermedad crónica prevenible, estableciendo una visión ambiciosa para abordar la creciente carga.
La Serie subraya cómo los cambios epidemiológicos y los avances en la comprensión de la insuficiencia cardíaca requieren el avance hacia la prevención. Tradicionalmente, se ha considerado en el contexto de cardiopatía isquémica e infarto de miocardio, que típicamente conducen a insuficiencia cardíaca con fracción de eyección reducida (ICFEr). La mejora del tratamiento en el infarto de miocardio ha llevado a un progreso sustancial en la prevención de la insuficiencia cardíaca, pero el riesgo vitalicio de ella (de 1 de cada 4 en los EE.UU. y Europa) sigue creciendo, y un estudio informó que el 82% de los hombres y el 93% de las mujeres con enfermedad de reciente aparición no tenían infarto de miocardio previo.
La fisiopatología de la insuficiencia cardíaca se ha centrado convencionalmente en las anomalías intrínsecas (miocárdicas), pero un avance clave ha sido establecer el papel de las vías extramiocárdicas a través de la disfunción endotelial y la inflamación sistémica, impulsada por factores de riesgo metabólicos cardiorrenales como obesidad, diabetes y enfermedad renal crónica. Estos factores son particularmente importantes en el desarrollo de la insuficiencia cardíaca con fracción de eyección preservada (ICFEp), que se convertirá en el fenotipo dominante sobre la ICFEr. Una mejor comprensión del riesgo es crucial para la prevención, pero debe estar acompañada de estrategias específicas de insuficiencia cardíaca. En la enfermedad aterosclerótica, cerca del 90% del riesgo se atribuye a factores tradicionales como hipertensión, hipercolesterolemia, tabaquismo y diabetes. Sin embargo, en la insuficiencia cardíaca, estos factores representan más cerca del 50%, y la presencia de factores no tradicionales con diferentes niveles de influencia hace que evaluar el riesgo individual sea mucho más difícil. Este desafío hace difícil saber cómo o a quién detectar la insuficiencia cardíaca.
Las directrices de ACC/AHA/HFSA de 2022 definen a los de riesgo y a las personas con insuficiencia cardíaca (anormalidades cardíacas estructurales o funcionales sin síntomas), y recomiendan cribado y tratamiento basado en biomarcadores en estos grupos. Sin embargo, se estima que alrededor de un tercio de la población estadounidense tiene una falla cardíaca previa utilizando esta definición, con un número aún mayor en riesgo. Se necesita un enfoque más personalizado que consolide factores no tradicionales, como los resultados adversos del embarazo, los regímenes de quimioterapia y la apnea del sueño, así como los efectos de interseccionalidad y composición de múltiples factores de riesgo, antes de que el cribado de insuficiencia cardíaca y la prevención personalizada puedan aplicarse a gran escala.
No todos los casos de insuficiencia cardíaca se pueden prevenir, pero la detección temprana y la intervención (prevención secundaria) tienen un enorme potencial para mejorar la trayectoria de la enfermedad. Sin cribado, el diagnóstico se basa en el reconocimiento de signos y síntomas clínicos, que pueden ser inespecíficos o solaparse con otras afecciones como la EPOC. La conciencia pública de los síntomas de la insuficiencia cardíaca sigue siendo baja. Sin embargo, campañas exitosas como FAST (Facial dropping, Arm [or leg] weakness, Speech difficulties, and Time) para el accidente cerebrovascular demuestran el potencial de la divulgación específica, y se debe dar prioridad a iniciativas similares para la insuficiencia cardíaca para fomentar el reconocimiento y tratamiento rápido para aquellos que experimentan síntomas. También hay oportunidades para integrar la gestión del riesgo de insuficiencia cardíaca en los programas comunitarios existentes que abordan cuestiones superpuestas como la obesidad y la hipertensión. La prevención de la insuficiencia cardíaca en estos marcos podría mejorar las oportunidades de monitoreo permanente e intervención temprana, además de sensibilizar a los profesionales de la salud acerca de la importancia de la detección temprana y el manejo para mejorar los resultados de los pacientes.
La falla cardíaca no es inevitable, y hay argumentos convincentes para volver a centrar la atención en la prevención. Hacerlo ofrece un potencial sustancial para reducir la carga global de las enfermedades cardiovasculares. Pero el conocimiento por sí solo no es suficiente, y cerrar la brecha entre la evidencia y la acción requiere una colaboración interdisciplinaria entre la comunidad y los especialistas, replanteando la prevención como una responsabilidad compartida.
La falla cardíaca es a menudo la culminación de años de oportunidades perdidas para mitigar el riesgo. Cerrar la brecha significa garantizar que esas oportunidades ya no se pierdan.