La enfermedad coronaria (EC) continúa siendo una de las principales causas de muerte a nivel global, a pesar de los avances significativos en diagnóstico y tratamiento. Este escenario se ve agravado por el envejecimiento poblacional y la creciente prevalencia de factores de riesgo como la resistencia a la insulina, la diabetes, la obesidad, las dislipidemias, la mala alimentación y el sedentarismo. Se estima que tanto la EC como otras enfermedades relacionadas con la edad seguirán aumentando en las próximas décadas.
El infarto agudo de miocardio (IAM), como manifestación crítica de la EC, requiere una rápida estratificación de riesgo y un tratamiento oportuno. En este contexto, la identificación de nuevas vías moleculares y biomarcadores resulta esencial para avanzar hacia una medicina más precisa y personalizada.
Durante años, los péptidos β amiloides han sido estudiados fundamentalmente en el sistema nervioso central, en particular los fragmentos β1-40 (Aβ1-40) y β1-42, productos de la escisión de la proteína precursora de amiloide (APP). Esta proteína transmembrana, además de su rol neurológico, también participa en procesos como la coagulación y la adhesión celular. Cuando se altera el equilibrio entre la producción y eliminación de péptidos β amiloides —por factores como edad, diabetes, hipertensión, tabaquismo, inflamación, estrés oxidativo o predisposición genética—, estos tienden a acumularse en el cerebro, la circulación y las paredes vasculares.
Estudios experimentales han demostrado una sobreexpresión de APP en zonas vasculares propensas a aterosclerosis y una particular afinidad vascular de la Aβ1-40. Se ha propuesto que esta molécula ejerce efectos proinflamatorios no solo en el sistema nervioso, sino también en arterias carótidas, aorta, arterias coronarias e incluso en el miocardio. Además, se ha documentado que las plaquetas activadas liberan grandes cantidades de gránulos α, ricos en mediadores procoagulantes y Aβ1-40, que a su vez perpetúan la activación plaquetaria, generando un ciclo inflamatorio y proaterosclerótico.
Debido a estas propiedades, la Aβ1-40 ha surgido como un potencial biomarcador pronóstico en enfermedad cardiovascular. No obstante, la mayoría de los estudios previos se han centrado en poblaciones con enfermedad coronaria estable, angina inestable, IAM sin elevación del ST (IAMSEST) o insuficiencia cardíaca. Hasta ahora, no se había explorado su valor pronóstico en pacientes con infarto con elevación del ST (IAMCEST).
Aneta Aleksova y cols. realizaron un estudio de cohorte para investigar el valor pronóstico de la Aβ1-40 plasmática en relación con la mortalidad a largo plazo en pacientes consecutivos con IAM, incluyendo tanto IAMSEST como IAMCEST.
La población del estudio incluyó 1.119 pacientes consecutivos, con una edad media de 67 años, 72% hombres y un 68% con diagnóstico de IAMCEST. La concentración mediana de Aβ1-40 al ingreso fue de 86,9 pg/mL (RIC: 54,5–128,9), sin diferencias significativas entre los subtipos de IAM (P=0,1). Los niveles más elevados de Aβ1-40 se asociaron con mayor edad, peor función ventricular, hemoglobina glicosilada elevada y deterioro de la función renal. A partir de un modelo multivariable, los autores desarrollaron un nomograma para estimar la probabilidad de niveles elevados de Aβ1-40 en pacientes con IAM.
Durante un seguimiento mediano de 57 meses, fallecieron 193 pacientes (17,2%). El análisis de Kaplan–Meier mostró un aumento significativo del riesgo de mortalidad en aquellos con niveles de Aβ1-40 por encima de la mediana (P<0,01), hallazgo que se mantuvo en los subgrupos de IAMCEST (P<0,01) e IAMSEST (P=0,01).
En el análisis multivariable de Cox, la Aβ1-40 resultó ser un predictor independiente de mortalidad (HR: 1,03; P=0,01), junto con otros factores como la edad avanzada, el tabaquismo, la elevación de proteína C-reactiva ultrasensible, la disfunción renal, la disminución de la fracción de eyección y los antecedentes de eventos isquémicos.
En el análisis específico del subgrupo con IAMCEST, la Aβ1-40 se mantuvo como un marcador pronóstico significativo. En cambio, no se observó una asociación estadísticamente significativa en pacientes con IAMSEST (P=0,17), posiblemente debido al menor tamaño muestral y a la baja tasa de eventos en este subgrupo.
¿Qué podemos recordar?
Este estudio demuestra que la Aβ1-40 es un biomarcador pronóstico independiente de mortalidad en pacientes con infarto agudo de miocardio, especialmente en aquellos con IAMCEST, y representa una herramienta potencial para optimizar la estratificación del riesgo en esta población.