En la última década, la inflamación se ha consolidado como un objetivo terapéutico clave en la prevención secundaria de la enfermedad coronaria aterosclerótica. Evidencia contemporánea ha demostrado que los niveles elevados de proteína C reactiva ultrasensible (hsCRP), un marcador de inflamación, predicen con mayor fuerza la recurrencia de eventos cardiovasculares y la mortalidad —tanto cardiovascular como por cualquier causa— que los niveles de colesterol LDL en pacientes tratados con estatinas. El estudio CANTOS fue un hito en este campo, al demostrar que la inhibición de la interleucina-1β con canakinumab reducía en un 15 % los eventos cardiovasculares en pacientes con hsCRP >2 mg/L, lo que validó el concepto de que modular la inflamación puede ofrecer beneficios clínicos adicionales en la prevención secundaria.
En este contexto, la colchicina ha emergido como una opción terapéutica antiinflamatoria de bajo costo, con un perfil de seguridad bien establecido y eficacia reconocida en enfermedades como la gota, la fiebre mediterránea familiar y la pericarditis. Su acción se basa en la inhibición de la activación de neutrófilos y la liberación de citocinas inflamatorias como la interleucina-1 y la interleucina-6. Diversos ensayos clínicos han demostrado que la colchicina reduce significativamente los eventos cardiovasculares mayores (MACE), incluidos el infarto de miocardio, el accidente cerebrovascular, la muerte cardiovascular y la necesidad de revascularización urgente, tanto en pacientes con enfermedad coronaria estable como en aquellos en fase postinfarto.
A pesar de estas evidencias y de su inclusión en las guías clínicas internacionales, su incorporación a la práctica clínica diaria ha sido limitada. Parte de esta reticencia podría atribuirse a los resultados inconsistentes del estudio CLEAR-SYNERGY, realizado durante la pandemia de COVID-19, que no logró demostrar beneficios claros de la colchicina en pacientes con infarto agudo.
Frente a este escenario, y a la luz de nuevos ensayos clínicos aleatorizados, Michelle Samuel y cols. llevaron a cabo una revisión sistemática y un metaanálisis con el objetivo de evaluar la eficacia y seguridad a largo plazo de la colchicina en la prevención secundaria de enfermedad vascular aterosclerótica. Se incluyeron ensayos clínicos aleatorizados que compararon la incidencia de eventos cardiovasculares entre pacientes con enfermedad vascular establecida asignados a colchicina o placebo, con un seguimiento mínimo de 12 meses.
El objetivo primario fue la incidencia de MACE, definidos como la combinación de muerte cardiovascular, infarto de miocardio, accidente cerebrovascular isquémico y revascularización coronaria urgente.
El análisis integró seis estudios con un total de 21.800 pacientes, de los cuales 10.871 recibieron colchicina y 10.929 placebo, con edades promedio entre 60 y 67 años, y más del 90 % en tratamiento concomitante con estatinas.
Durante un seguimiento de 12 a 34 meses, la colchicina redujo significativamente la incidencia de MACE en comparación con placebo (HR 0,75; IC95%: 0,56–0,93).
Esta reducción se explicó principalmente por disminuciones en la tasa de infarto de miocardio (HR 0,71; IC95%: 0,51–0,91), accidente cerebrovascular isquémico (HR 0,63; IC95%: 0,34–0,92) y revascularización coronaria urgente (HR 0,67; IC95%: 0,41–0,93).
No se observaron diferencias significativas en los desenlaces de seguridad, incluida la mortalidad no cardiovascular (HR 1,08; IC95%: 0,76–1,54).
¿Qué podemos recordar?
Este metaanálisis actualizado refuerza la evidencia sobre el uso de colchicina como una estrategia eficaz y segura para reducir eventos cardiovasculares recurrentes en pacientes con enfermedad vascular establecida, sin un aumento significativo en efectos adversos.