La salud del sueño es reconocida cada vez más como un componente esencial del estilo de vida saludable, particularmente en relación con la prevención cardiovascular. Durante años, numerosos estudios epidemiológicos prospectivos han establecido que tanto una duración corta como excesivamente prolongada del sueño se asocian con un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular (ECV) y mortalidad. Más recientemente, investigaciones basadas en mediciones objetivas del sueño, así como estudios de aleatorización mendeliana, han reforzado el vínculo entre el sueño corto y un mayor riesgo de ECV. La evidencia sobre el riesgo asociado con el sueño prolongado, sin embargo, ha sido menos consistente. Este creciente cuerpo de evidencia impulsó a la American Heart Association, en su actualización de 2022, a incorporar el sueño como el octavo componente clave de salud cardiovascular, reemplazando el esquema “Life’s Simple 7” por “Life’s Essential 8”, con la recomendación de dormir entre 7 y 8 horas por noche de forma regular.
No obstante, la duración promedio del sueño representa solo una dimensión de su calidad. La variabilidad en la duración del sueño de una noche a otra —es decir, su irregularidad— ha emergido como un posible factor de riesgo independiente para enfermedades cardiometabólicas y eventos cardiovasculares. Evidencia previa, como la proveniente del estudio MESA (Multi-Ethnic Study of Atherosclerosis), ya había sugerido una asociación entre la mayor irregularidad del sueño y un incremento en la carga de aterosclerosis subclínica. Sin embargo, el tamaño relativamente limitado de aquella cohorte dificultó el análisis específico por tipo de evento cardiovascular.
Con el objetivo de ampliar esta línea de investigación, un equipo de científicos utilizó datos del UK Biobank para evaluar prospectivamente la relación entre la irregularidad de la duración del sueño y el riesgo de eventos cardiovasculares mayores. La cohorte analizada incluyó a 86.219 adultos sin antecedentes de ECV que se sometieron a una evaluación objetiva de sueño mediante acelerometría durante siete días consecutivos entre 2013 y 2015. La irregularidad en la duración del sueño se cuantificó utilizando la desviación estándar (DE) de la duración nocturna promedio registrada. La incidencia de eventos cardiovasculares mayores —definidos como infarto agudo de miocardio (IAM) fatal o no fatal y accidente cerebrovascular (ACV)— se determinó mediante el enlace con registros hospitalarios, con un seguimiento hasta el 31 de mayo de 2022.
Durante un período de seguimiento acumulado de 636.258 años-persona, se documentaron 2.310 eventos cardiovasculares mayores, con una distribución casi equitativa entre IAM (1.183 casos) y ACV (1.175 casos).
El análisis ajustado por variables sociodemográficas y antecedentes familiares de ECV mostró que un incremento de una hora en la desviación estándar de la duración del sueño se asoció con un mayor riesgo de ECV (HR: 1,19; IC 95%: 1,10–1,27; p < 0,0001), IAM (HR: 1,23; IC 95%: 1,11–1,35; p < 0,0001) y ACV (HR: 1,17; IC 95%: 1,05–1,29; p = 0,003).
Estas asociaciones se mantuvieron significativas, aunque levemente atenuadas, tras realizar ajustes adicionales por factores de estilo de vida, comorbilidades y otras variables relacionadas con el sueño.
La relación entre irregularidad del sueño y eventos cardiovasculares fue independiente del riesgo genético individual de ECV, como lo indica un valor de interacción no significativo (p = 0,43). No obstante, se observó una interacción significativa con la duración promedio del sueño: la asociación entre mayor irregularidad y riesgo de ECV fue más pronunciada en personas que dormían más de 8 horas por noche en promedio (p de interacción = 0,006).
¿Qué nos deja este estudio?
Estos hallazgos refuerzan la noción de que la salud del sueño no depende únicamente de dormir una cantidad suficiente de horas, sino también de mantener una duración regular de noche a noche.
Una mayor variabilidad objetiva en la duración del sueño se asocia de manera consistente con un incremento en el riesgo de eventos cardiovasculares mayores, independientemente de factores genéticos y clínicos de base. En especial, el impacto adverso de la irregularidad parece amplificarse en aquellos individuos con un patrón de sueño más prolongado, lo cual plantea nuevas interrogantes sobre la interacción entre cantidad, calidad y regularidad del sueño en la salud cardiovascular.